jueves, 4 de noviembre de 2010

Sana (parte 2)


Cuando conocí a Miguel ya su gota (*) era irreversible. Ningún tratamiento pudo recuperar un cuerpo entregado a un pasado de  buena mesa, excesos varios y  vida sedentaria. Entre sus dolores le oía cantar y escuchaba con atención sus consejos.
Un día me dijo, “limpia tu cuerpo con limón, hazlo ahora que estás a tiempo, no esperes que tu cuerpo se intoxique”.
Sí, claro, yo sabía que el limón tiene vitamina C, que no era bueno para los dientes y mis amigas decían que si te ponías una gota en los ojos (cosa que nunca hice por una cuestión de sentido común) cambiarían de color, de café a  verdes o azules. Leyenda campesina, por cierto.

Miguel murió alabando a Dios, a pesar de sus continuas molestias y  largas noches de insomnio.
Un día probé su consejo y empecé una “cura de limón”, por cierto, con un poco de cuidado y sentido común.  Poco a poco he abandonado las carnes rojas y he tratado de recordar los buenos consejos de mi amigo cuando, por muchas tardes me contaba,  una a una, las múltiples aventuras de su vida (según él) “mundana” y lamentaba esa pérdida de tiempo y recursos.

---------------------------------------------------------
Alaba,  alma mía, al Señor;
      alabe todo mi ser su santo  nombre.
 Alaba, alma mía, al Señor,
      y no olvides ninguno de sus beneficios.
  Él perdona todos tus pecados
      y sana todas tus dolencias;
  él rescata tu vida del sepulcro
      y te cubre de amor y compasión;
  él colma de bienes tu vida  
      y te rejuvenece como a las águilas.

Salmos 103:1-5

---------------------------------------------------------








No hay comentarios: