jueves, 22 de noviembre de 2012

Plaza de pueblo.

Con pocas ganas  he salido de Santiago.
La Costa Central tiene ese aire marino que permite respirar a todo pulmón, más aún si es debajo de una arboleda añosa como  la plaza de este pueblo. Altas pataguas, eucaliptus, maitenes, algunos juegos infantiles, un kiosko, asientos amplios de noble madera, era que no si lo más que tienen son árboles.
Me tiendo a escuchar el fresco silencio de la tarde.
Los sonidos se mezclan, se traslapan con el murmullo de las hojas que  mece la brisa, conversaciones lejanas, risas de niños, trabajadores que arreglan la calle, ni un grito destemplado.
Vida rural, respetuosa, armónica.
La sensación de plenitud acompaña el atardecer con un sol mortecino entre los cerros. Cada lugar delata la vida bucólica de pueblo pequeño ansioso de mostrar que están aptos para recibir a quien desee visitarlos
Me alegro que he vencido mi aversión a los paseos campestres y lo disfruto. 


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Alégrense los cielos, regocíjese la tierra!
¡Brame el mar y todo lo que él contiene!
¡Canten alegres los campos y todo lo que hay en ellos!
¡Canten jubilosos todos los árboles del bosque!

 Salmos 96:11-12 (NVI)
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