viernes, 26 de enero de 2018

La boda.

Mis amigas han estado enteradas de esa rara  aprensión  que tengo para asistir a las bodas.
No hay una razón válida o explicable, creo en el matrimonio, creo en la bendición sacerdotal, creo en eso de “ …hasta que la muerte los separe”.
A pesar de mis titubeos, asistí a la boda de J., mi amiga de milicia en el Sudeste Asiático, quién después de viajar por todo el mundo, encontró su “media naranja” en un pequeño pueblo del Sur de Chile.
Parte de la alegría de complacer una persona amada es el aprendizaje de experiencias inolvidables, guardar ciertos protocolos, ir a la peluquería, maquillarse, comprar un vestido, zapatos de tacón y medias con dibujos, ir al Mall por un regalo, viajar al Sur.
Se van creando en el cerebro imágenes que me acompañarán hasta el fin de mis días.
Parafraseando a C.S. Lewis, fui “sorprendida por la alegría”, una placentera experiencia que en muchas ocasiones me negué ¡qué boba!

 No solo fue una ocasión feliz, también es un anuncio al mundo de la fe en la familia, una bienvenida a otros seres que habitarán nuestros espacios, una forma de armar recuerdos ensamblados a otras mentes que completarán el cuadro de la memoria.
La fraternidad humana.
Porque he ido aprendiendo que las ceremonias son importantes.
Ciertas festividades nacionales o mundiales  dan un sentido de pertenencia.
Los delicados ritos son una mirada compartida, más aún cuando son realizados con tanta entrega y esperanza.
Tal vez por eso Dios le indica a Moisés cuando los saca de Egipto en ocasión de La Pascua, esa gran aventura épica: “Este es un día que ustedes recordarán y celebrarán con una gran fiesta al SEÑOR. Lo celebrarán como una costumbre, de generación en generación.”.

Modestamente, también tengo días felices y célebres en mi depósito personal.
Gracias Jes por invitarnos.





4 comentarios:

Susana dijo...

Ya no hay casi bodas. Un beso.

ojo humano dijo...

Susana:, es verdad, acá todavía se mantiene el ritual de novias de blanco (o beige, celeste o rosado) y todo el protocolo. Me alegro que lo practiquemos porque nos habla de valores familiares.
Un abrazo.

Fernando dijo...

Qué bonito, Ojo Humano. Es una fecha muy importante en la vida de las personas y es un gran honor que a uno le inviten. También es una muestra del amor de Dios por las personas: Jesús bendijo con su presencia las bodas de Canaán y -al igual que entonces- es precisa su ayuda para que todo vaya bien.

Hace años que no voy a ninguna boda: la gente de mi edad (52 años) o ya está casada o no va a estarlo nunca. Quedamos a la espera de la siguiente generación, la de los sobrinos o los hijos de los amigos. Aún es pronto.

ojo humano dijo...

Así es, Fernando, fue un honor y un tiempo de gran alegría.
Acá las personas se casan todavía con todo el ceremonial. Eso nos da esperanza de familias estables.